Hasta finales del siglo XVIII, la mayoría de los vecinos de Arona dispusieron en sus testamentos que deseaban recibir sepultura en la iglesia de San Pedro Apóstol de Vilaflor, con preferencia en la capilla de la Virgen del Rosario, en la que recibían sepultura los hermanos del Señor (miembros de la Hermandad del Santísimo Sacramento). No obstante, algunos también elegían la capilla del convento agustino de San Juan Bautista de la antigua cabecera jurisdiccional, sobre todo los miembros de la Hermandad de Ntra. Sra. de Gracia. Además, suponemos que con motivo de las frecuentes epidemias que asolaban la amplia jurisdicción, es probable que algunos de los fallecidos de enfermedades contagiosas recibieran sepultura en las antiguas ermitas de Arona o Valle de San Lorenzo, pues como ocurría en otros pueblos del Sur en esos casos no era fácil encontrar quien quisiese trasladar los cadáveres hasta los templos de la distante capital chasnera.
Luego, a partir de la creación de la parroquia de Arona en 1796, sería utilizada la iglesia parroquial de San Antonio Abad como recinto sagrado para dar sepultura a los fallecidos en la jurisdicción. Así se mantuvo hasta 1842, en que se bendijo el primer cementerio de Arona, construido con aportaciones vecinales, pero instalado tan cerca del pueblo que desde la segunda mitad del siglo XIX se intentó su traslado a otro lugar, más alejado y ventilado, así como en mejores condiciones de terreno y de instalaciones. Pero este proyecto no se haría realidad hasta 1939…
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