El 19 de marzo de 1755 se celebró la primera fiesta de Agache en honor del nuevo Patrono, tras la bendición de la primitiva ermita, que desde entonces se ha seguido haciendo anualmente, salvo por motivos extraordinarios. En esa misma fecha de marzo se continuaron celebrando durante décadas las Fiestas Patronales de San José, hasta que en el siglo XIX se trasladaron al primer domingo de agosto, fecha en la que ya se celebraban en 1850. Con dicho cambio se buscaban unas mejores condiciones climáticas y, por lo tanto, menor riesgo de suspensión y una mayor asistencia de público; además coincidía con un período de menor actividad agrícola, lo que también favorecía el que los miembros de la comisión pudiesen dedicarle más tiempo, tanto a la organización como a la participación en la fiesta. Las fiestas se celebraron durante más de un siglo en el llano que rodeaba a la Ermita Vieja de Cano, en la parte baja de El Escobonal, hasta 1861 (aunque luego continuaría celebrándose allí la fiesta de San Vicente Ferrer, nueva advocación de dicho templo, hasta su destrucción en un temporal). A partir de 1862 se trasladaron al llano de tierra situado delante de la iglesia nueva, en el centro del pueblo, que en 1938 fue transformado en una auténtica plaza, con pavimento de cemento, bancos y árboles.
A mediados del siglo XIX la fiesta principal
ya se celebraba el primer domingo de agosto, aunque los actos festivos se extendían
también al sábado de la víspera y, en ocasiones, al lunes inmediato. Los palos
o plumas con las primeras banderas se plantaban en la plaza el fin de semana
anterior al de la fiesta y se adornaban por entonces con ramas de brezo o faya
y hojas de palma, colocándose en los días siguientes el resto de los adornos
por los distintos accesos a la plaza. Al igual que aún sucede con las Fiestas
de San Pedro de Güímar, en este período las Fiestas de San José eran
organizadas por las dos mitades en que se dividía el pueblo, El Escobonal de
Arriba en los años pares y el de Abajo en los impares. La partición no era
equitativa, pues se utilizaba como frontera la propia iglesia y plaza, en lugar
del lomo de La Tambora que es la auténtica mitad del pueblo; por ello, lo normal
era que El Escobonal de Abajo lograse recaudar más dinero que el de Arriba, lo
que repercutía en la vistosidad de las fiestas. No obstante, el entusiasmo
puesto por las comisiones y el tremendo pique existente entre ellas contribuía
a disminuir las diferencias. Solía comenzar con el repique de campanas y
lanzamiento de cohetes. No faltó nunca la actuación de la danza en la tarde del
domingo principal por la plaza y el centro del pueblo, así como en la
procesión, siempre acompañada por el flautista y tamborilero (que en esta etapa
fue primero Cho Gaspar Díaz “El Cojo de
la Pita” y luego su hijo Cho Cirilio Díaz). Casi nunca faltó la actuación
de una banda de música el día principal de las fiestas o los dos días,
alternándose sobre todo las de Arafo con la de Güímar; en su recibimiento
(primero por la mañana y luego en las primeras horas de la tarde), que era un
número esperado, la banda llegaba al sector que organizaba la Fiesta (a La
Montaña en los años pares y a El Pino en los impares), desde donde se dirigía
hasta la Plaza de San José en cabalgata anunciadora, ejecutando alegres marchas
y pasacalles; luego, además de dar conciertos, amenizaba los paseos y los
bailes en la plaza, y por la noche acompañaba a la procesión, junto con la
danza. Asimismo, esa banda invitada tocaba la Diana del día principal por las
calles principales.
En la mañana del domingo, día principal de la
Fiesta, se celebraba una solemne función religiosa, en la que desde los años
treinta del siglo pasado se invita a un destacado orador sagrado. Un número
prácticamente fijo era la corrida de sortijas, que primero fue en bestias
(caballos, burros o mulas) y a partir de los años veinte en bicicleta, la cual
se celebraba inicialmente el domingo y luego pasó al sábado. Sobre todo a
partir de 1930, en que se formó el primer “partido” o “bando” de
El Escobonal, casi siempre se celebraba un encuentro de lucha canaria el
domingo por la tarde, aunque a veces no se especificaba en el programa. En la
noche del día principal tenía lugar la procesión, que llegaba hasta Las Lúas en
los años pares y hasta La Fonda en los impares, en la que primero sólo se
sacaba a la imagen de San José y luego, desde finales del siglo XIX, se
incorporó a ella la Purísima o Inmaculada, con la participación de la danza de las
cintas y banda de música, quemándose en su recorrido multitud de fuegos
artificiales por uno o dos pirotécnicos, culminando con la exhibición de la “Entrada”. Y tanto el sábado como el
domingo se celebraban bailes, a distintas horas (mañana, tarde y noche), a
veces especificándose que eran regionales, amenizados por pianolas, orquestas o
la propia banda invitada, tanto en salones particulares como en los casinos,
además de verbenas en la propia plaza, sobre todo a partir de los años cuarenta…
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