El artículo “Desde mi retiro” (1929), dedicado a Vilaflor por don Diego Crosa y Costa (“Crosita”)

Vilaflor-11     En este trabajo, escrito en Vilaflor de 1929, Crosita comienza explicando que llegó a dicho pueblo como un turista anónimo, hasta que el escritor cubano y corresponsal de La Prensa en tierras chasneras, don Manuel Rodríguez Escalona, se hizo eco de su presencia en una entrevista. Luego se centra en el doctor noruego Holomboe, en cuya casa de salud se hospedaba, destacando el amor de este médico por Vilaflor y la gran labor sanitaria que allí desarrollaba, por la que se había ganado el afecto de todos los habitantes de la localidad. A continuación describe una de las antiguas casas canarias que caracterizan la arquitectura local y el encuentro con una artesana que le explica como se inició la tradición de los originales “encajes de Vilaflor”. Gran parte del artículo está dedicado al cautivador paisaje del pueblo más alto de Tenerife: su atmósfera diáfana, la mejora de las comunicaciones, su clima curativo, su altitud, sus huertas abancaladas y su entorno natural, que compara con el de otros lugares de Tenerife, pero inclinándose a su favor, al poseer unos valores que lo hacen único: sus pinares, sus casas, su iglesia con los cipreses que la custodian, sus almendros, El Sombrerito, el manantial de sus aguas medicinales, etc. Concluye recordando como pudo ser el lugar en época guanche, con un pinar mucho más extenso, cuya tala lamenta; para recordar luego la célebre frase del conquistador que dio nombre a la localidad, al admirar a una bella moza aborigen; y concluye destacando como el pueblo se había convertido en una célebre estación sanitaria, en la que todos los enfermos encuentran la salud.

    El autor, don Diego Crosa y Costa (1869-1942), más conocido por el seudónimo “Crosita, fue un hombre polifacético: poeta, periodista, músico, autor de teatro, actor, dramaturgo, dibujante, caricaturista y pintor. Nacido y fallecido en Santa Cruz de Tenerife, poseía una especial sensibilidad y un profundo cariño hacia todo lo relacionado con su tierra. Notables fueron sus caricaturas de destacados personajes de la vida social, política y cultural de Canarias. En su obra gráfica, la arquitectura tradicional es casi siempre la principal protagonista. Su obra teatral se desenvuelve dentro del costumbrismo isleño. Escribió algunos de los mejores romances y coplas de la literatura canaria y muchas de sus folías son ya piezas imprescindibles de nuestro acervo folclórico tradicional. En su poesía transmitía su sentido del humor, que era original, ingenioso, y cargado de crítica social y política. Fue un personaje singular, de alegre y festiva personalidad, hombre ocurrente y con gran sentido del humor, un auténtico bohemio…

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El artículo “La Isla de Tenerife. Güímar” (1878), de Alfonso Dugour Ruz

Güímar antigua-3     Este artículo fue publicado en el semanario de literatura El Ensayo, de Santa Cruz de Tenerife, el 24 de noviembre de 1878. En este breve trabajo, don Alfonso Dugour comienza ubicando el municipio de Güímar y fijando sus límites, aunque lo confunde con el Valle del mismo nombre. Luego describe a la población cabecera del distrito municipal, destacando su distribución a lo largo de una calle principal, el número de viviendas, su fundación, su iglesia parroquial, el convento dominico (su fundación, incendio y reconstrucción) y la antigua ermita de San Juan. Posteriormente, se centra en la época guanche, mencionando a su último mencey, Añaterve, y la visita del adelantado Fernández de Lugo al Valle para rendir culto a la Virgen de Candelaria, imagen que sacaron en procesión los menceyes sometidos. Continúa señalando el reparto de tierras, la construcción de las primeras casas por los nuevos propietarios y los cultivos que se sucedieron en el Valle (caña de azúcar, viña, cochinilla, cereales y papas). Finalmente, describe con cierto detalle la iglesia de San Pedro, las características de la población, el paisaje vegetal, adornado con tuneras y árboles frutales, y las aguas, así como la producción cerealista y ganadera; estos párrafos son sin duda los más interesantes del artículo, por ayudarnos a conocer como era Güímar en esa época. Se trata de un trabajo sencillo, aunque de cierto interés por la fecha en la que fue escrito, en el que el autor solo describe muy someramente el casco de Güímar, que seguramente visitó, no mencionando los numerosos barrios y pueblos que conforman el término municipal. Sin embargo, salpica el texto con algunos datos históricos sacados de las obras de Juan Núñez de la Peña, José de Anchieta y Alarcón y José de Viera y Clavijo, algunos de ellos erróneos.

     El autor, don Alfonso Dugour Ruz (1843-1892), nació en Arrecife de Lanzarote y falleció en Santa Cruz de Tenerife. Trabajó como tenedor de libros y comerciante, destacando en su juventud como actor aficionado. Fue un prolífico periodista, que colaboró en diversos periódicos y revistas insulares, entre ellos la Revista de Canarias y El Laúd Canario; fue redactor de El Ensayo y de El Museo Canario; y llegó a ser director de El Ramillete de Canarias, Las Noticias y Las Novedades. Lamentablemente, no recogió en libros sus numerosas composiciones poéticas, publicadas en los periódicos en los que colaboraba. Fue un personaje muy activo en el mundo cultural tinerfeño, pues ocupó la presidencia del Círculo de Amistad y perteneció al comité del Partido Democrático de Santa Cruz de Tenerife. También tuvo una intensa actividad masónica, en la que utilizó el sobrenombre “Anaga”, alcanzando el grado 20 y los cargos de orador y venerable maestro. Contrajo matrimonio con doña Kenelma Siliuto y Briganty, quien poseía una voz excelente y cuidada, con la que descolló en los círculos culturales de la capital tinerfeña…

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El actual término municipal de Fasnia y sus pagos, según el padrón vecinal de 1779

Padrón Arico-1779     En el último cuarto del siglo XVIII, en 1779, el corregidor de Tenerife, a petición expresa de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, levantó un curioso censo de todos los pueblos de la isla y, por este precioso documento estadístico podemos conocer la pasada pobreza general de los pueblos del Sur, que nunca disfrutaron de las ventajas agrícolas y comerciales de los del Norte. Así, gracias al “Padron general del vecindario del Lugar de Arico con esprecion, de sus Barrios; edades, estado y ocupaciones, oficios y exercicios con las demas Notas, conforme a Riales ordens.”, confeccionado en dicho año por el fiel de fechos don Pablo Gómez y firmado por don José Martín Bello, “Alcalde atual de la Referida jurisdicion y sus territorios”, conocemos los límites de la amplia jurisdicción de Arico en esa época: “Esta jurisdición confina por la parte del Norte con la de Guimar, su divicion un Barranco que titulan de Herque. Por la parte del Sul con la juridicion de la Granadilla su divicion el Barranco que llaman del Río; puede tener de estremo a estremo sinco leguas con poca diferencia; por el poniente confina con la cumbre o tierras consexiles, por el Naciente el mar y del estremo del Mar a lo consexil puede aber quatro leguas poco mas o menos”. Por lo tanto, como se aprecia en dichos límites, incluía a los actuales términos municipales de Arico y Fasnia. Según este padrón, la población total de la jurisdicción ascendía a 472 vecinos (o familias), de los que 217 vivían en el actual término de Fasnia y 255 en lo que al presente es el municipio de Arico.

     Gracias a dicho documento, podemos conocer la situación de los cuatro núcleos o pagos que constituían el actual término de Fasnia, que sumaban en total 963 habitantes, agrupados en las mencionadas 217 familias. Aunque el pago de Fasnia ya contaba con 65 vecinos (279 almas), todavía era superado por La Zarza con 81 familias (332 personas); también había crecido La Sombrera, que en esa fecha casi había duplicado su población con respecto a la de 1737, con 38 vecinos (182 habitantes), y La “Savina Alta” o “Sabinalta”, que estaba a punto de triplicarla, con 33 familias (170 almas). Por esta razón, no es de extrañar que la primera ermita del término se construyese dentro del territorio correspondiente a dicho pago de La Zarza, el núcleo principal. La población activa se dedicaba casi en su totalidad al sector primario, tanto a la agricultura (jornaleros, labradores, mozos de labranza y medianeros) como a la ganadería (pastores de cabras u ovejas) y la pesca (tan sólo dos hombres de una misma familia). En cuanto al resto de las actividades, que ocupaban a menos del 10 % de la población activa, destacaban: dos carpinteros (uno de los cuales sabía medir tierras), un zapatero, un albañil, un fabricante de tejas y un marchante; además, un grupo considerable de hombres estaban “acomodados a sueldo” y otros figuraban ausentes “en Indias”. Por su parte las mujeres se dedicaban en su mayoría a atender a su familia, educar a sus hijos y hacer las tareas de la casa; en los ratos libres hacían labor (hilar, tejer y coser), en muchos casos para poder mantenerse; algunas compaginaban esas actividades con la agricultura y un pequeño grupo tenía profesiones u oficios específicos: varias acomodadas a sueldo, tres mercachifles o traficantes (dedicadas a comprar y vender), dos loceras (una de ellas también panadera), una criada, una esclava, etc.; además, muchas jóvenes cuidaban a sus padres. No podían faltar algunos enfermos e imposibilitados: ciegos, mancos, inválidos y dementes. Ningún niño iba a la escuela, que no existía, dedicándose a hacer mandados y ayudar a sus padres en lo que éstos les ordenasen, así como a aprender su oficio. La inmensa mayoría de los vecinos vivían pobremente o “con cortedad”, aunque muchos eran considerados sumamente pobres e infelices y algunos sobrevivían de limosna; un sector minoritario pasaba regularmente o “no tan mal” y tan sólo dos vivían “con buena comodidad”. En cuanto a la cultura, solamente 8 hombres sabían leer y escribir en toda la jurisdicción, que eran los labradores más acomodados o los artesanos (un carpintero y un zapatero); a ellos se unían otros tres hombres y una mujer que tan sólo sabían leer…

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Las fiestas de la Virgen de Candelaria en febrero de 1810, según el Diario de Juan Primo de la Guerra

Fiestas Virgen-Juan Primo-Diario      Don Juan Primo de la Guerra y del Hoyo (1775-1810), III Vizconde de Buen Paso, llegó a Candelaria el 1 de febrero, en su propio caballo y acompañado por su criado, y abandonó este pueblo en las primeras horas de la mañana del día 3. En su minuciosa descripción incluye detalles del viaje y del recorrido, los lugares que atraviesa, el paisaje e incluso las plantas. Luego, ya en Candelaria, se detiene en detalles sobre la familia que lo alojó en su casa durante los dos días. En la localidad mariana hace una descripción de los lugares de interés que visitó: la cueva de San Blas, primera morada de la Virgen; la iglesia parroquial de Santa Ana; el convento, con su sacristía y los cuadros de los milagros; y la casa del Cabildo. Asimismo, describe los actos a los que asistió, como las “horas del Nombre” en la capilla de la Virgen, cantada por los dominicos; la salve cantada por un coro de mujeres de La Esperanza; las misas y diversas procesiones celebradas el día principal. Resulta muy interesante la referencia a la canción entonada por una quincena de “guanches”, en una de las primeras descripciones de este colectivo, que de forma extraordinaria concurrieron a esta festividad, pues solo solían hacerlo en la de agosto; en esta ocasión lo hicieron invitados por el Cabildo para agasajar al diputado vocal de la Junta de Gobierno del Reino, don Manuel María Avalle, quien los recompensó económicamente por ello. Incluye detalles de la vivienda en que se alojó y de las comidas efectuadas en ella, así como del ambiente que se respiraba en la casa del Cabildo, los refrescos allí servidos, los juegos de naipes, los invitados asistentes de las principales familias de la isla y sus entrevistas con algunos personajes.

   Criticaba el antiguo fanatismo religioso, el exceso de fantasía asociada a la venerada imagen, que mucha gente poco reflexiva creía era un ser vivo, y la falta de racionalidad y sencillez en el culto a la Virgen de Candelaria, cuyo hallazgo por los guanches ya era de por sí suficiente importante como para sostener la fe y la veneración por esta “respetable imagen”. También describe el lugar de Candelaria: su orografía y paisaje; su población; su producción y economía, destacando la dedicación masculina a la pesca y la navegación, y la femenina a la elaboración de cerámica. Relaciona los principales personajes que residían en la localidad. Además, menciona el castillo, la batería y las casas que allí tenían el Conde de La Gomera, el Marqués de Casahermosa, las familias Soler y Montemayor. En su regreso, el autor del relato hace mención a como su caballo retrocedía “al ver correr los barrancos”, lo que nos indica que ese invierno había sido muy lluvioso en el sureste de Tenerife.

      En resumen, los datos contenidos en el Diario de don Juan Primo de la Guerra son de enorme interés para conocer como era el pueblo de Candelaria en los albores del siglo XIX; las características de la festividad del mes de febrero y el ambiente que se vivía en ellas; y muchos aspectos etnográficos relacionados con las viviendas, la alimentación, los oficios tradicionales, los medios de transporte, etc…

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La religiosidad en el municipio de Candelaria, según la Santa Misión de 1965

Basílica-Memoria     En 1965, una vez concluidas las misiones realizadas en las demás islas de la Diócesis Nivariense y después de un asesoramiento previo, el obispo don Luis Franco Cascón dispuso que se celebrara una Santa Misión en Tenerife, empezando por el Sur de la isla y siguiendo un orden geográfico, desde la parroquia de Santiago del Teide hasta la de Barranco Hondo. Se celebraría entre la segunda semana de mayo y la segunda de julio, evitando la época de la zafra del tomate, que solía trastocar la vida en el Sur al ocasionar un considerable trasiego de personas, dedicadas en esos meses casi exclusivamente a dicho trabajo, “de día y de noche sin descanso”. También se decidió que el Valle de Güímar quedase para el final, con el fin de que la concentración que se planteaba en Candelaria como clausura de la misión estuviese más nutrida, como así resultó. La dirección de esta campaña misional fue encomendada por el citado prelado a un prestigioso sacerdote jesuita, el padre Sebastián Puerto S.J., director del Centro Misional del Beato Juan de Ávila, en Montilla, a quien acompañarían otros siete padres jesuitas de la Península, más cuatro padres paúles y dos dominicos de Candelaria.

     La Santa Misión en los distintos núcleos de población de Candelaria fue descrita por los propios misioneros que la llevaron a cabo en cada uno de ellos, lo que nos permite conocer como era por entonces la vida religiosa de los distintos pueblos que integraban el municipio, con datos a veces muy curiosos. En el casco de Candelaria, la misión corrió a cargo de los padres jesuitas, encabezados por el director de la Misión, el padre Sebastián Puerto S.J.; centrada en la iglesia de Santa Ana, tras intensas jornadas de trabajo el resultado se consideró bueno, en gran parte gracias a la colaboración de los padres dominicos de dicha villa. En Las Cuevecitas, a donde suponemos que también acudieron los vecinos de Malpaís, fue asumida por otro sacerdote jesuita, el padre Morales S.J.; comenzó mal, al coincidir con las fiestas de Güímar, pero luego se recondujo; el barrio se consideraba muy unido y ya contaba con la imagen de San Andrés y una capilla provisional, pero aún no se había construido la ermita, que tanto deseaba y necesitaba el vecindario. En Araya, la misión también corrió a cargo de un jesuita, el padre Martínez S.J.; la fama de religiosos que tenían los vecinos de este pueblo se vio confirmada, pues la masiva asistencia de fieles hizo que los actos tuvieran que salir de la ermita a la plaza, siendo el único núcleo del municipio en el que los hombres participaron más que las mujeres; tuvieron gran éxito las procesiones nocturnas con farolillos hasta los sectores más apartados del barrio, así como la procesión final con alfombras de flores y fuegos artificiales; el resultado se consideró excelente, siendo la mejor de todo el municipio. De la misión en el pueblo de Igueste se encargaron otros dos jesuitas, los padres Conde y Mañé S.J.; realizada en medio de la frialdad e indiferencia del vecindario, fue considerada la peor de todo el municipio y con frutos religiosos casi nulos, debido a la escasa asistencia, sobre todo de mujeres casadas, pese a todos los intentos realizados y a que las conferencias se impartían en el casino de la localidad (la Sociedad “Juventud Iguestera”); solo se consideró positiva la reciente creación de un club juvenil mixto, pero se insinuaba un boicot con el grupo electrógeno, que no les permitió utilizar altavoces. Y en el pueblo de Barranco Hondo la Misión estuvo a cargo de un sacerdote paúl, el padre Lapuente C.M., quien la resumió en pocas frases, en las que se desprende que no quedó muy satisfecho, pues no asistieron muchas personas mayores y se apreciaba una gran falta de fe y cultura religiosa…

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Güímar (sus bellezas y tradiciones) (1932), por Domingo Pérez Cáceres

Güímar-Iglesia San Pedro-fiestas     El artículo “Güímar”, englobado bajo el epígrafe “Güímar y Granadilla, sus bellezas y tradiciones”, se le encargó por el director de La Prensa, don Leoncio Rodríguez, al entonces párroco-arcipreste de Güímar, don Domingo Pérez Cáceres, para ser incluido en un suplemento de dicho periódico dedicado al Sur de Tenerife, publicado el 24 de enero de 1932. En este breve trabajo, de estructura sencilla y fácil lectura, el sacerdote güimarero destaca someramente el paisaje, la producción agrícola, la central Hidroeléctrica, los vinos, la vida parroquial y las fiestas. Al final, fiel a su origen y destino, pide el apoyo de las distintas administraciones, insulares y nacionales, a los abandonados pueblos del Sur. Que conozcamos, este artículo es el único trabajo salido de la pluma de don Domingo Pérez Cáceres dedicado exclusivamente a su municipio natal. No es un ensayo profundo sobre Güímar, pero en su lectura se vislumbra el conocimiento que su autor tenía de la realidad religiosa, económica y social de su pueblo, así como el sincero cariño que sentía por él y por sus paisanos.

  Su autor, don Domingo Pérez Cáceres (1892-1961), fue sucesivamente: coadjutor y cura ecónomo de Güímar, cura regente de La Matanza, coadjutor de Santa Cruz de Tenerife, párroco propio y arcipreste de Güímar, cura encargado de El Escobonal, deán de la Santa Iglesia Catedral de Tenerife, vicario general y capitular de la Diócesis, y VIII obispo de Tenerife. Al cesar como párroco de La Matanza fue nombrado Hijo Adoptivo de dicha localidad y se dio su nombre a la calle principal; ya deán, recibió el título de Hijo Predilecto de Güímar; y tras ser nombrado obispo, todos los ayuntamientos de la Diócesis lo nombraron Hijo Adoptivo y dieron su nombre a las calles más céntricas; simultáneamente, la Mancomunidad Interinsular de Cabildos acordó su nombramiento como Hijo Predilecto de la provincia. Su ardiente caridad, recogida como lema de su pontificado (“Parte tu pan con el pobre”), fue premiada por el Gobierno de la Nación con la Gran Cruz de Beneficencia con distintivo Morado y motivó que se le llamase el “Obispo de los Pobres”…

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La parroquia y el municipio de Fasnia a mediados del siglo XIX (1852-1854)

Fasnia-finales XIX     Gracias al recordado párroco don Basilio José Acosta Valladares conocemos en detalle las características de la parroquia de San Joaquín de Fasnia a mediados del siglo XIX. En un primer informe, de 1852, explica los aspectos relacionados con su erección, el reconocimiento de la de San Pedro de Güímar como su matriz y sus límites, así como las características de la iglesia parroquial y su feligresía. En el segundo, de 1854, se incluía el padrón general de la localidad, con una pequeña descripción de los distintos núcleos de población que constituían el término municipal, especificando sus habitantes y comunicaciones, para en anexos posteriores responder a un cuestionario sobre las características de la parroquia y el presupuesto necesario para su mantenimiento.

     Don Basilio José Acosta Valladares (1812-1881), nacido en el Valle de La Orotava y fallecido en Fasnia, fue el decano de todos los sacerdotes que han estado al frente de la Parroquia de San Joaquín,  pues la regentó como párroco propio durante casi 38 años, de 1844 a 1881.

     Según el padrón general de 1854, la población del término se elevaba a un total de 383 vecinos (o familias), lo que suponía 1.693 personas: 599 en el casco, 616 en La Zarza, 178 en La Sabina Alta y 300 en La Sombrera. Asimismo, en ese padrón se incluía una breve referencia a cada uno de los pagos, señalando la distancia a la parroquia y las características del camino hasta ella…

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Artículo-FASNIA-1852-1854

Descripción del municipio de Fasnia en 1865, según el Diccionario de Pedro de Olive

Fasnia desde Montaña     En el Diccionario Estadístico-Administrativo de las Islas Canarias, encargado por la Diputación provincial de Canarias a don Pedro de Olive, que se imprimió en Barcelona en 1865, se hizo un completo estudio del municipio de Fasnia, con los principales datos demográficos, sociales, económicos, etc., que nos permiten conocer con bastante detalle cual era la situación del término municipal a mediados del siglo XIX. Comenzaba con la descripción de los límites del término: “Lugar, cabeza de distrito municipal en la isla de Tenerife, p. j. de Santa Cruz; está situado en terreno montuoso y confina su término, al N. con el barranco de Herque, jurisdiccion de Güimar; al E. con el mar, al S. con el barranco de barro y al O. con las cumbres altas que dividen este término con el de la Orotava”.

     Por entonces, el municipio estaba constituido por 2 lugares, 2 aldeas, 3 caseríos, 2 casas aisladas y 3 albergues. El conjunto de edificios se elevaba a 343, de ellos 313 de un piso (236 en poblado y 77 en despoblado) y 30 de dos pisos (25 en poblado y 5 en despoblado), a los que habría que sumar 156 cuevas-vivienda u hogares. Del total, 412 casas y cuevas estaban constantemente habitadas (281 en poblado y 131 en despoblado), 14 temporalmente habitadas (5 en poblado y 9 en despoblado) y 73 inhabitadas…

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“De viaje. Arafo” (1906), artículo descriptivo por el periodista Emilio Suárez Calimano

Arafo-imagen_7     En el artículo “De viaje. Arafo”, firmado el 20 de abril de 1906, cuatro días antes de su publicación en La Opinión, el periodista lagunero don Emilio Suárez Calimano evocaba los dos días deliciosos que había pasado en Arafo, en casa de un amigo (probablemente el abogado y político don Andrés Orozco Batista), de ahí que el artículo sea claramente elogioso, en todos los aspectos que abordó de esta localidad. Comenzaba evocando la belleza de su paisaje urbano y natural, a la par que destacaba la paz que se respiraba en el pueblo, solo perturbada por el sonido del agua que discurría constantemente por la atarjea. Se centraba luego en describir la calle principal, la Avenida La Libertad, con las casas rurales que la bordeaban, unas más modernas y otras más antiguas (las que más le atraían), con sus bellos balcones, sus parras y sus flores, que desprendían un agradable aroma. El autor se quejaba de que Arafo, a pesar de su belleza, era un pueblo desconocido para los turistas, debido sobre todo a la dificultad del camino de acceso. Valoraba su producción agrícola, sobre todo la de vino, papas y tomates. A pesar de la calidad del primero, que comprobó en varias bodegas, lamentaba su mala comercialización. También visitó salones de empaquetado y valoraba el esfuerzo para exportar las apreciadas papas del Sur de la isla, superando las dificultades climáticas. Elogiaba los progresos que ya experimentaba el Casino que se acababa de fundar en el pueblo a comienzos de ese mismo año, sin olvidar el encanto de la mujer arafera. Finalmente, protestaba por la indecorosa diligencia o “coche de hora” que recorría la Carretera General del Sur, por lo que prefería regresar a su ciudad en un coche particular o incluso en un carro. Como curiosidad, Arafo fue el único pueblo sureño que describió este culto periodista.

     El autor, don Emilio Suárez Calimano (1884-1949), fue estudiante de Náutica y Derecho, pero luego se dedicó al periodismo en Tenerife, donde ya comenzó a estudiar la historia y la evolución de la literatura. En 1907 emigró a Buenos Aires (Argentina), donde vivió el resto de su vida. Allí trabajó como profesor de Lengua Española y cursó estudios la Facultad de Filosofía y Letras; pero, sobre todo, se volcó en el periodismo y la crítica literaria. Como escritor, además de los cuentos y narraciones que dio a la luz en la prensa, así como dos libros de poemas inéditos, publicó seis libros con estudios críticos sobre diferentes aspectos de la literatura americana en general y argentina en particular; también tradujo dos libros. Fue miembro de la Asociación Canaria, de la Sociedad Argentina de Escritores y del P.E.N. Club de Buenos Aires. Aunque permaneció en Argentina hasta su muerte, fue siempre un perfecto canario desde su lejanía…

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“Impresiones de Güímar” (1929), por José Galán Hernández

Güímar-Iglesia San Pedro-fiestas      En el artículo “Impresiones de Güímar”, escrito en esta villa en mayo de 1929, don José Galán hace una descripción poética de Güímar. Comienza recorriendo los hitos paisajísticos del Valle, para centrarse luego en la vida social de la localidad, durante el paseo de un domingo en la plaza de San Pedro: el deambular de los vecinos, el flirteo entre los jóvenes, el alumbrado público al oscurecer, la actuación de la banda de música, etc. Luego se centra en la importancia del agua, que naciendo en las montañas discurre por las calles de Güímar a través de las atarjeas, con su característico sonido, para regar las huertas y los jardines, condicionando la conocida fertilidad de este valle. A continuación, llama su atención la importancia agrícola de esta villa y los numerosos salones de exportación agrícola que bordeaban la carretera, que no solo daban trabajo a los güimareros sino que atraían a personas de otras islas, dando trabajo a muchos obreros; la actividad de las empaquetadoras, los clavadores y los exportadores, el descanso de los dromedarios, el paso de los camiones, etc., se suceden en la descripción. El artículo concluye con un epílogo original, coincidiendo con el silencio de la noche en el Valle, en el que la imaginación del poeta cree ver con la luz de un rayo de luna como surge a partir de una nubecilla la figura espectral, el fantasma del polémico mencey Añaterve, criticado por unos y alabado por otros, que luego desaparece barrido por la brisa marina. La poética descripción finaliza con una ligera lluvia y el paso de una estrella fugaz que atraviesa el Valle.

     En resumen, este trabajo nos sitúa la entonces Villa de Güímar en su contexto físico e histórico, así como en la actualidad económica y social del momento en que fue escrito, todo ello enriquecido con la calidad literaria de su autor. Éste, don José Galán Hernández (1893-1936), nacido en Tacoronte y casado en Los Realejos, destacó como militar (sargento de Artillería), maestro nacional, político (alcalde de Fasnia y fundador de la Agrupación Socialista de Güímar), sindicalista (delegado local y secretario provincial de la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza de la FETE-UGT), poeta, escritor y periodista. Fue detenido el 18 de julio de 1936, al comienzo de la Guerra Civil, por su conocida ideología progresista, y el 6 de octubre de ese mismo año fue sacado de prisión y arrojado vivo a las aguas del Atlántico, donde pereció, con las manos atadas y un peso en los pies…

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